martes, 15 de julio de 2014

Pequeño duende

Paseaba por los cabellos rubios de la Tierra, buscando el tono castaño tan solicitado en aquellos días. Mis piernas lloraban el amor del Sol. Pronto, encontré la estampa de un árbol lo suficientemente amplia para tres. Me senté con viejos amigos, reímos, bebimos, fumamos, recordamos historias y presentes pasados. Por momentos entrábamos en cómplices silencios, esos que pocos pueden y en los que tan bien uno se siente. Allí, como siempre, yo saltaba de este mundo a realidades coexistentes. Y entre salto, en el limbo, escuché voces alegres de vidas inquietas, aventureras. Giré la cabeza y vi color, un grupo de duendes que jugaban a ser dos, a ser tres, a ser un dragón. Con luchas que acababan en un hermoso achuchón. Pero mi cabeza, mi interior, todo mi yo se fijó...en el pequeño duende de chaleco y saxofón. Brillaba... yo diría que brillaba. Irradiaba inocente infancia y su sonrisa besaba el entorno de ternura y suavidad. Su mirada de charol, olía a sabia del sabio que guardaba callado en su interior. Quería acercarme a él, ser la cueva donde rebotase el eco de su voz. Saber de dónde salía y a dónde se dirigía. Pero... cómo mutilar la belleza de ese instante eterno demandando dimensiones que poco importaban en aquel momento. Así que abandoné y observé, sintiendo y contemplando pues, qué podría yo ofrecer que no tuviera ya él. Si todo el mundo tiene todo, aunque pocos saben.. que son dueños de todo tesoro. Y sí, seguro, él lo sabía... Su poesía en otros labios y la delicada melodía que soplaba le desnudaban. Ahora que se fue, me quedo con el regalo de una sonrisa y un adiós... saltando entre mundos y alargando apneas, con ojos de águila y cuerpo de halcón, volando en el limbo y deseando encontrar al pequeño ratón, con cuerpo de duende, chaleco y saxofón.

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